EX PRISIÓN USHUAIA: HISTORIA "NEGRA"

LA MALDITA CÁRCEL DE USHUAIA: 

El 15 de septiembre de 1902 fue colocada la piedra fundamental del edificio carcelario a levantar en Ushuaia, que, según Arnoldo Canclini "fue realmente monumental: ocupaba cuatrocientos metros de frente en el costado occidental del poblado y, una vez terminado, al margen de las instalaciones accesorias, las celdas estaban dispuestas en cinco pabellones, en distribución radial".

La cárcel de Ushuaia. El brazo de un recluso anónimo se agarra de las rejas, tras las cuales aparece la majestuosa y libre naturaleza.

Custodiados por guardias de la penitenciaría, cuatro presidiarios trabajan arduamente en el tendido de rieles del ferrocarril de Ushuaia. Según el mencionado autor, la capacidad estaba calculada para 380 presos "pero hubo hasta doscientos más" Las celdas eran de metro y medio o dos metros de ancho y largo, para uno o dos reclusos. Carecían de ventilación y la humedad chorreaba continuamente por las paredes. Todo hace pensar que las intenciones fueron buenas: colonización, reclusión y no pena de muerte, pero el excesivo número de reclusos, las malas condiciones de las celdas y la brutalidad de algunos guardia cárceles configuraron un sistema carcelario degradante de la condición humana.

En resumidas cuentas la historia del lóbrego presidio presenta tres fechas trascendentes: las que corresponden a los años 1896, en que se aprobó su construcción, 1902 en que se dio comienzo a los trabajos y 1949, en que se firmó el decreto que suprimió su uso. ¿Qué destino tuvo el edificio central? Aclaramos que nos referimos al presidio original porque también hubo galpones que se utilizaron para recluir a los condenados. La respuesta es que fue ocupado por la Marina de Guerra que estableció allí su base naval. Escribió un testigo del ocaso: "Hoy todo aquello ha desaparecido, el presidio y la población de guardiacárceles, los yaganes, los onas, el gendarme de línea con su guitarra y su winchester".

UN RÉGIMEN CARCELARIO INHUMANO



En 1934 el diputado nacional Manuel Ramírez visitó el penal de Ushuaia. Sus impresiones las volcó en un libro. Entre sus denuncias se destacan las siguientes: "la más variada nomenclatura del delito se registra en la Cárcel de Ushuaia: homicidio, lesiones, violación y estupro, robo, corrupción y ultraje al pudor, hurto, motín y complot, encubrimiento, tentativa de homicidio, asociación ilícita, contra la fe pública, extorsión. Hay delincuentes primarios, ocasionales y reincidentes."

El 48 por ciento son delincuentes primarios, hombres que han delinquido por primera vez en su vida; los demás reclusos en su mayoría rateros condenados por hurto. Sin embargo, impera para todos una misma disciplina, el mismo régimen. Viven y son tratados en común, sin clasificación de ninguna especie, desde que entran hasta que salen, sea la condena de un año como de veinte". Ramírez se conmueve por la ausencia de un régimen carcelario equitativo, según la clasificación que es menester aplicar para diferenciar el cumplimiento de las condenas. "Al lado del delincuente profesional está el joven que en un momento extraño infirió una puñalada a su vecino; junto al carterista reincidente convive el pobre paisano, traído de algún lejano territorio, que se perdió en alguna borrachera dominical; el asesino que descuartizó a su amigo para robarle alterna con el obrero recluido por un delito de carácter social"

Seguidamente se refiere a La curiosa situación jurídica de un numeroso contingente de penados, quienes cumplen la pena accesoria del artículo 52 del Código Penal. "Tratase de reincidentes, en buen número rateros, carteristas, etcétera. Suman 97, muchos en plena juventud. Ocurre que una vez cumplidos los dos o tres años de prisión que les fueran impuestos por su última ratería, automáticamente pasan a purgar en el mismo establecimiento y bajo igual régimen.

 La segunda parte de la condena: la accesoria de articulo 52, o sea La reclusión por tiempo indeterminado. No es raro que el delito que ha provocado semejante pena sea un robo de gallinas, un perramus (prenda) , una cartera o cosa por el estilo. Estos hombres constituyen una verdadera legión de desesperados". Las injusticias no se limitaron a la falta de diferenciación entre los reclusos condenados por delitos graves y los que habían cometido delitos leves. Las acusaciones de malos tratos son varias y abarcan golpes, palizas, trabajos inhumanos y actos de sadismo, como los de arrojar presidiarios desnudos a la nieve o lanzarles baldes de agua helada encima o dejarlos por varios días sin salir de su celda.

Durante la dictadura de Felix uriburu, conscriptos de los regimiento 1,2 y 3 de infantería fueron enviado a Ushuaia para
custodiar al grupo de  presos políticos radicales

"A menudo los guardias--dice uno de los testimonios-- para distraer su ocio, organizaban carreras macabras. En un extremo del pabellón colocaban uno o dos presos y persiguiéndolos a golpes, con látigos, los hacían desarrollar velocidades fantásticas. Los presos tropezaban o sus piernas cedían, rodando por el suelo, estrellándose contra las paredes, pisoteando el uno al otro, en medio de estrepitosas carcajadas y aullidos de los carceleros, que festejaban tales ocurrencias.



Esas crueldades trascendieron y dieron lugar a que el penal tuviera una aureola trágica. Solía decirse por aquellos años que ir allí era ir "a la muerte en vida, que es la peor de las muertes". Pese a todo, había un mínimo de alivio para aquellos seres humanos caídos en la desgracia. Algunos trabajaban en los talleres según el oficio que tenían, otros eran llevados al monte en un trencito para realizar diversos trabajos, tala de árboles, desmalezamiento, etc.; trabajos que, aunque duros y fatigantes, podían llegar a servirles como una descarga para hacer menos angustiosa la soledad. Además, vistiendo el uniforme de franjas horizontales azules y amarillas, la banda del penal los días festivos daba conciertos al aire libre, a los que concurría la población. Según Canclini "El presidio y el pueblo eran casi la misma cosa. Quienes no eran detenidos, eran guardianes, personal administrativo, familiares de todos ellos y aun algunos ex reclusos que se quedaron a vivir en él".

 Hay que diferenciar los condenados por delitos varios y los que fueron allí por cuestiones políticas. En 1934, Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón, Adolfo Güemes, Enrique M. Mosca y otros, conocieron el frío y la soledad de esas lejanas latitudes, pero no conocieron el horrible penal: vivieron en casas particulares, siendo su única obligación presentarse periódicamente a la delegación policial del lugar. También conocieron Ushuaia en las mismas condiciones Emir Mercader, Pedro Bidegain, Néstor Aparicio, Arturo Benavidez, Carlos Montes y Mario Cima, Víctor Juan Guillot, Mario Guido, Alvarez de Toledo y José Pecco.

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